
Hasta cierto momento en mi vida todo iba bien. Tenía una vida que podía parecer normal y feliz. En muchos aspectos lo era: trabajaba en el mundo audiovisual, me movía entre proyectos interesantes, y disfrutaba de ese entorno creativo y divertido. Con el tiempo empecé a notar que algo no encajaba del todo, y los huecos entre proyecto y proyecto me generaban un vacío difícil de sostener.
En uno de esos huecos, casi por llenar el tiempo, me matriculé en Psicología. No lo hice con un plan claro. No sabía que estaba abriendo una puerta que iba a cambiar mi vida. A partir de ahí, las cosas fueron sucediendo. Y, sin darme cuenta, empecé un camino de búsqueda y transformación que me han convertido en la persona que soy ahora.
Mientras estudiaba, y entre otras cosas, comencé a colaborar en la Fundación Hay Salida, dedicada al tratamiento de las adicciones. Al poco tiempo —también sin planearlo— me convertí en su directora.
En los grupos terapéuticos, me llamó especialmente la atención la experiencia de los familiares. Había algo en ellos que me tocaba en lo profundo, aunque entonces no entendía del todo por qué. Con el tiempo, fui reconociendo mi historia en la de ellos. Ese espejo fue tan doloroso como revelador. Me llevó a una crisis personal. Y también a pedir ayuda.
Ahí comenzó mi verdadero proceso. Empecé mi terapia personal, y después la formación en Terapia Gestalt, el programa SAT de Psicología Integrativa, la Terapia Sistémica, el EMDR y el trabajo con el trauma relacional. Todos estos enfoques han sido parte de mi propio camino, y hoy son también los recursos con los que cuento para acompañar a otras personas en el suyo.
Acompaño a quienes, como yo, crecieron en entornos disfuncionales y arrastran heridas que afectan a sus vínculos, su autoestima y su manera de estar en el mundo. Mi forma de trabajar nace de una mirada humanista e integradora, que pone el foco en el vínculo, la presencia y el respeto profundo por el proceso de cada persona.

